30 de diciembre de 2011
Relatos y propósitos
27 de diciembre de 2011
Años y música
23 de diciembre de 2011
Festejos y razones
20 de diciembre de 2011
Bailes y cantos
Es por esto que a nosotros fiestas como las posadas de las oficinas son motivo de genuina ansiedad y de mortificante angustia. Los más extrovertidos rápidamente forman filas de baile y, agitando las servilletas de tela por encima de sus cabezas, rondan entre las mesas reclutando a más bailadores. Temerosos, los que no bailamos los vemos aproximarse y vivimos como pesadilla cuando nos jalan del brazo mientras intentamos justificarnos con sonrisas nerviosas que quisiéramos fuesen puñetazos. O peor aún, debemos aguantar por hasta cuatro horas las ganas de ir al baño porque siempre existe la posibilidad de que, al ingresar de nuevo al salón, todos comiencen a vitorear “¡Que can te que can te que can te”.
15 de diciembre de 2011
Deportes y motivaciones
13 de diciembre de 2011
Máquinas y mecánicos
9 de diciembre de 2011
Bicicletas y patrullas
Mi bicicleta no presentó ningún daño. La carrocería de la patrulla tampoco. Mi ropa y piel no estaban raspadas. Ni siquiera me ensucié las manos. La única explicación que encuentro es que, al frenar, la bicicleta derrapó de lado y golpeé la camioneta directamente con la cabeza, justo en la oreja. La caída no debió haber sido muy aparatosa. Más tarde en el hospital me suturaron la oreja con tres puntadas. La inyección de la anestesia dolió del carajo. En la prensa local apareció una nota donde ridículamente narraban que un ciclista (yo) se había asustado al ver una patrulla parada a un lado de la avenida, perdiendo el control y chocando contra ella. Supongo que los policías eso dijeron a los reporteros mientras yo estaba en la ambulancia para evitar problemas a su compañera. La nota se acompaña de una fotografía donde pareciera que encontré el asunto por demás divertido.
“A la siguiente, usted con más cuidado y yo con casco, ¿le parece?”, le dije a la oficial de policía cuando nos despedimos. La cicatriz que me va a quedar, la certeza de que fui inmensamente afortunado y mi familia me aseguran que cumpliré mi parte.
8 de diciembre de 2011
Bicicletas y patrullas
Estaba tendido sobre el pavimento, rodeado de oficiales de policía. Parecía que observaba todo desde dentro de una pecera: mi alrededor era lento y deforme y los sonidos opacos y lejanos. Quería contestar lo que me preguntaban y averiguar qué había pasado, pero no podía. Mi cabeza y espalda se sentían desproporcionadamente grandes y calientes del lado izquierdo, pero los palpé y lo único inusual era un profundo adormecimiento general y la sangre en mi oreja izquierda.
Tras revisarme la cabeza y las extremedidades, los policías me ayudaron a sentarme en la banqueta. Pregunté si mi cara estaba raspada y me dijeron que no. Fue cuando noté que mi ropa estaba intacta. Me era difícil mover el cuerpo y hablar, como si siguiera dentro de la pecera. La oficial que conducía la patrulla no dejaba de pedir disculpas y de preguntar si estaba bien. Dijo que al momento del golpe no se dirigía a atender ninguna emergencia, simplemente circulaba y no me notó. Me ayudó a subir a la ambulancia de la Cruz Roja.
7 de diciembre de 2011
Bicicletas y patrullas
En ciudades como Chihuahua, donde no existen ciclovías, la relación del ciclista con los automóviles es casi siempre de dos tipos. En la primera, los veloces autos azuzan al ciclista, quien se ve empujado a circular por el carril de la derecha lo más cerca posible a la banqueta. En la segunda, es el ciclista quien pasa raudo y altanero entre los autos que, embotellados, apenas avanzan. Por eso me gusta pedalear por el tramo de la Av. Independencia que atraviesa el centro histórico: es de las pocas vialidades donde bicicleta y autos circulan a la par. A lo largo de un kilómetro y medio, entre la Av. 20 de noviembre y la Av. Teófilo Borunda, la Av. Independencia ofrece cuatro carriles que permiten una velocidad inusitada para los centros históricos.
Esa tarde me incorporé a la Independencia justo donde inicia la última pendiente antes de llegar al río, su punto más bajo. Una acertada combinación de colores de semáforo y tránsito generaron un fenómeno por demás extraño: la avenida era toda mía. Me incliné hacia adelante y permití que mi bicicleta se acelerara. Una calle abajo, a mi izquierda, una camioneta de la policía hizo alto para cruzar la avenida. Sostuve la respiración y apreté las palancas de freno cuando vi que avanzó. Pensé que lograría esquivarla y que, tras recuperar el control de la bicicleta, continuaría mi camino maldiciendo a la oficial que conducía. Pensé que hacía unos segundos había visto a tres policías corriendo, seguramente para atender alguna emergencia, y que esta patrulla quizá iría a donde mismo y por la urgencia ni siquiera se percataría de que me iba a embestir. Pensé en mi hija de seis años y en lo estúpido que había sido por haberme negado a usar casco en mis traslados en bicicleta por considerarlo exagerado y de poco estilo. Me impacté contra el costado de la camioneta.