27 de marzo de 2012

Máquinas y cantantes

Son muchos los usos que se tienen contemplados para la máquina del tiempo. El que me parece más interesante es la confrontación entre personalidades de la música consigo mismos en otro tiempo.

Supongamos que es 1988 y Bono, el cantante de U2, es un bohemiazo con guitarra cantando a favor de la Teología de la Liberación y recorriendo callejones urbanos buscando músicos de la calle. De pronto, le presentamos a Bono el del 2012 y lo ve con su corte de pelo perfecto, su ropa de diseñador que vale una fortuna y cantando baladas bobas de amor. Bono el del 2012 le cuenta cómo es que ha sostenido reuniones protocolarias con los primeros ministros del mundo y hasta con el papa. Bono el de 1988 seguramente lo golpearía con la guitarra.

Vayamos ahora a 1993 con Thom Yorke, cantante de Radiohead. El chico no sabe cómo tomar el repentino éxito de “Pablo Honey”, el primer álbum de su banda de grunge. Le presentamos al Thom Yorke del 2012, quien madura y serenamente le explica que luego de ese primer trabajo se convertirán en una agrupación reconocida por su innovación y experimentación, y que él será un lider activista que jamás verá comprometida ni su vida profesional ni la personal. Thom Yorke el de 1993 seguramente lo abrazaría.

17 de marzo de 2012

Monedas y abrigos

Una vez por semana daba a mi hija diez pesos para que comprase alguna golosina en la tienda de su escuela. “¿Y mi dinero, papá?”, exigía los miércoles. Le daba la moneda y ella la guardaba en el bolsillo del abrigo que acababa de ponerse.

Pasaron las semanas y cada vez más seguido mi hija regresaba de la escuela con el abrigo en los brazos hasta que, una mañana, ya no fue necesario que se cubriera con él. “¿Y mi dinero, papá?”, dijo antes de salir de la casa. Tomó la moneda que le di y bajó la cabeza, pasando la mirada por su suéter, por la falda de tablones y por las mallas azul marino: ninguna de las prendas tenía bolsillos.

De pronto abrió muchos los ojos y levantó un pie; se sacó un zapato, echó la moneda adentro, se lo volvió a calzar y se subió a su asiento del auto.

13 de marzo de 2012

Aparatos y agendas

Tengo un teléfono de esos que llaman inteligentes —que para mí son solo computadoras pequeñas muy bien programadas y útiles— al que puedo pedir verbalmente que llame a alguien. Así, puedo ir montado en la bicicleta, con las manos bien sujetas a los manubrios y decir “Llamar a mi esposa, por favor”, tras lo cual el teléfono me dirá con voz robotosa “Llamando a su esposa” y conectará la llamada.

Pasa a veces que le digo “Llamar a la vecina, por favor” y el teléfono —ahora sí siendo nada inteligente— me anuncia “Llamando al señor Urbina”, provocando que manotee buscando el control para rápidamente suspender la llamada. Pasa también que luego de “Llamar a mi compañero, por favor” anuncie “Llamando a Juan Leñero” y me deje sorprendido porque hace tanto que no sé de él y ni siquiera sabía que tenía su número en mi teléfono.

Un caso como el segundo ejemplo me pasó hace poco, cuando de pronto el teléfono me puso en contacto con una chica a quien hace trece años di su primer empleo, cuando ella todavía cursaba la escuela secundaria. “Sigo viviendo en Chihuahua”, me dijo antes de anunciar “y me caso en dos semanas”. Su número logró sobrevivir más de doce años de respaldos de agendas y posiblemente sea de los pocos que ha estado en absolutamente todos los aparatos que he usado como teléfono móvil. Quizá el teléfono no sea inteligente, pero claramente es un sentimental.


10 de marzo de 2012

Noches y gatos

Fumaba en el porche de mi casa, siendo espectador de las escenas que típicamente desde ahí atestiguo en las medianoches: novios que pelean en el auto, jovencitos que alardean en las camionetas que sus padres les prestan, vecinos que despiden visitas y pepenadores que recogen latas vacías. De pronto miau miau llegó un gatito. El animalito, cosa extraña para su especie, se acercó a mis pies. Estás perdido, tonto; le dije, pensando que su osadez se debía a que llevaba una vida doméstica.

Entré a casa y regresé con un plato de leche y se lo ofrecí (ahora sé que a los gatos no se les debe dar leche, pero en ese momento me guiaba por lo que vemos en las caricaturas). Con rápidos lenguazos la bebió en segundos. Tienes hambre, también; y volví a entrar para buscar una lata de atún. El arrojado gatito me siguió. Serví el atún junto a la leche y lo devoró. Regresé a casa para servir el resto de la lata de atún y, de salida, encontré al gatito acolchonando el sillón de la entrada. No, gatito, no te puedes meter a la casa; le dije, pasándole el atún cerca de la cara para que me siguiera.

Me distraje y, cuando reparé en lo que sucedía, el gatito ya no estaba. Hice bch bch bch para ver si regresaba, hasta que me di cuenta de lo tonto que me veía llamando a un gatito que no conocía. Terminé mi cerveza y entré a la casa. Apagué la luz de la sala y la de la cocina y miau miau el gatito estaba amodorrado en el sofá de la televisión.

6 de marzo de 2012

Androides e historias

Hace unos días leía un relato de esos de ciencia ficción y, finalmente, entendí que es lo que no me gusta del género: que pareciera que más que un género, la ciencia ficción es una escenografía.

Una historia bien narrada trata de personajes que enfrentan alguna situación que deben resolver, situaciones que en ocasiones se desprenden del ambiente en que se desarrollan. En la ciencia ficción suele pasar que se te presenta una buena historia con demasiados adornos: se le reviste haciendo que el mejor amigo del protagonista sea un robot, que su bicicleta sea una nave espacial y que en vez de cerveza beba un elíxir creado por medio de la manipulación genética de especies vegetales. Las banquetas —eternos y familiares escenarios de historias— se convierten en plataformas flotantes y los teléfonos son forzadamente cambiados por aparatos telepáticos. En muy raras ocasiones estos factores tienen algo que aportar a la trama, siendo apenas ridículos y estrambóticos aderezos sobre una ensalada que no los necesita.

¿Para qué los androides? ¿Para qué los extraterrestres y las ciudades en Saturno?